Cuando hablamos de adicción, la mayoría de personas piensan en sustancias como el alcohol, la nicotina o las drogas. En los últimos años también hemos oído hablar con más fuerza de adicciones conductuales: el juego, las compras compulsivas, las redes sociales o los videojuegos. Sin embargo, existe otra forma de dependencia, mucho más silenciosa y a menudo normalizada, que comparte muchos mecanismos con las anteriores: la adicción a la comida.

Un mismo lenguaje en el cerebro

La neurociencia ha demostrado que tanto las sustancias adictivas como ciertos comportamientos activan los mismos circuitos de recompensa en el cerebro, principalmente mediados por la dopamina. Esa sensación de placer, alivio o euforia momentánea que sentimos al consumir una droga o al ganar una partida, también aparece cuando ingerimos determinados alimentos, especialmente los ultraprocesados, ricos en azúcares, grasas y sal.

En otras palabras: el cerebro no distingue demasiado si la recompensa viene de una copa de vino, de una apuesta ganada o de una tableta de chocolate. La lógica es la misma: un estímulo externo genera placer inmediato y refuerza la necesidad de repetir la conducta.

Tolerancia, abstinencia y pérdida de control

Tres elementos definen a las adicciones:

  • Tolerancia: cada vez se necesita más cantidad para obtener el mismo efecto. En el caso de la comida, esto se traduce en porciones más grandes, atracones o búsqueda de alimentos cada vez más intensos en sabor.
  • Abstinencia: cuando se reduce el consumo, aparecen irritabilidad, ansiedad o tristeza. Muchas personas que intentan reducir azúcar, refrescos o ultraprocesados lo describen igual que alguien que deja de fumar.
  • Pérdida de control: el deseo se impone a la voluntad. Aunque la persona sepa que no le conviene, acaba repitiendo la conducta.

Estos tres patrones se observan tanto en el alcoholismo, la ludopatía o la adicción a la nicotina como en la alimentación compulsiva.

La diferencia clave: lo necesario vs. lo prescindible

A pesar de las similitudes, hay un aspecto que hace que la adicción a la comida sea especialmente compleja: no podemos dejar de comer. Una persona puede eliminar el alcohol o las drogas de su vida, pero no puede “abstenerse” de la comida. La clave, por tanto, no es dejar de consumir, sino reaprender a relacionarse con la alimentación.

Esto exige un abordaje diferente: estrategias de conciencia alimentaria (mindful eating), educación nutricional, apoyo psicológico y, en algunos casos, acompañamiento médico.

Una mirada más compasiva

Entender la adicción a la comida como lo que realmente es —un fenómeno con bases biológicas, psicológicas y sociales— permite combatir el estigma. No se trata de “falta de voluntad” o de “glotonería”, sino de un patrón adictivo que comparte raíces con cualquier otra dependencia.

Reconocer las similitudes con otras adicciones abre la puerta a nuevas formas de apoyo y tratamiento, más humanas, realistas y eficaces. Porque al final, como en cualquier proceso de recuperación, no se trata de luchar contra la comida, sino de recuperar el control sobre la propia vida.